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Y los soldados decían:—Si no quieres hablar, mo-
rirás. —Matadme en seguida y no me hagáis sufrir—
decía él con voz lastimera.—Mahoma me abrirá
las puertas del paraíso, porque yo soy un fiel
creyente.
»Mas los soldados en vez de escuchar sus súpli-
Cas, encendieron tan gran fuego, que parecía que
ardía toda la casa.
»Entonces, Hassan, poseído del delirio por la
vista del suplicio que le aguardaba, se puso á
gritar con más fuerza.
»Obedeciendo los soldados la orden del jefe, des-
nudáronle las piernas y pusieron sus pies sobre
la lumbre.
»Cuando le creyeron casi muerto, se pusieron
á revolver toda la casa de arriba abajo, pero no
creo que encontraran el tesoro—dijo la joven.
»Al oir estas últimas palabras respiré y pregunté:
»—j¿ Hassan tenía un hijo?
»—SÍ.
»—¿Qué se ha hecho?
»—Los soldados se lo llevaron y no lo hemos
vuelto á ver.
»—¡Miserable Tippo Runo!—dije yo al oído de
Nadir.
»—A menos que no haya muerto, lo encontra-
remos—me dijo Nadir.
»Nos despedimos de la joven y me interné en
la casa haciendo á Nadir seña de que me siguiera.
»Hassan se inquietó por nuestra acción y se le-
vantó para interceptarnos el paso, mas un fuerte
grito de dolor se escapó de su pecho.
»Sus pies quemados, no podían soportar el peso
de su cuerpo.
»Le cogí en mis brazos y me lo llevé,
»A una señal mía cerró Nadir la puerta,