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»Hassan nos contemplaba con espanto.
»Se bajaba á la cueva donde se encontraba el
escondrijo misterioso levantando una losa. Y me-
tiendo mi puñal por la juntura la levanté. Al ver-
lo Hassan se echó á reir, pasando súbitamente del
espanto á una risa de loco.
»Nadir alumbraba con una luz y descendimos
por la escalera subterránea.
»Hassan se agarró al borde de la trampa, y con-
tinuó riendo.
»Bajamos á la cueva. Una ojeada me bastó para
comprender que la piedra que tapaba la cerra-
dura estaba intacta.
»Lo que me hizo comprender que los soldados
de Tippo Runo no habían podido dar con el tan
deseado tesoro.
» Volvimos á subir, y como Hassan continuaba
riendo, me aproximé á él, y quitándole su túnica,
ví con alegría que llevaba la llave suspendida al
cuello.
»Guando él comprendió que yo quería quitarle
la lave, la defendió con rabia, siéndome preci-
so el auxilio de Nadir,
»Quitamos el sello que tapaba la cerradura. In-
trodujimos la llave, pero fué inútil.
»En vano dí la vuelta á la llave en todas direc-
ciones.
»La cerradura no se abrió:
»Hassan era el único que conocía el secreto y,
el mahometano estaba loco,
»Miré con desesperación á Nadir,
»—¿Qué hacer ahora?
»Hassan era el único que conocía el secreto
Hassan estaba loco.
»—Confianza—me dijo, —me llaman Nadir el ha-
llador,
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