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»—¿ Y el opio?
»—¡Oh!—me contestó sonriendo,-—por pobre que
sea un indio y por cara que vaya la mercancía,
se encuentra en su casa.
»Y diciendo esto abrió una especie de cajón en
el cual el sastre dejaba sus utensilios y su pipa
y del cual sacó una pelaca negruzca, la que abrió
enseñándome su contenido.
»En efecto, contenía un grano de opio; pero nos
faltaba el limón y Nadir abrió la puerta y se di-
rigió á la joven que ya conocemos y que estaba
sentada en el umbral de su casa.
»Nadir la llamó y poniéndole una moneda en
la mano la mandó á buscar un limón á la tienda
más próxima.
»A los pocos minutos apareció de nuevo la jo-
ven llevando un limón en la mano.
»Nadir puso en un almirez algunos granos de
arroz que encontró en la casa, mezclándolos con
las hojas de youma, de limón y un grano de opio,
lo machacó todo y fué vertiendo lentamente esta
mezcla en un vaso de agua que se convirtió en
un licor de color de rosa, que vació en una copa.
» Hassan miraba con aire abobado.
»Nadir le presentó la copa y le dijo:
»—¡ Bebe!
»Hassan cogió la copa y bebió con avidez su
contenido como si tuviera mucha sed.
»—Ahora—me dijo Nadir,—esperemos.
»Después de haber bebido quedó Hassan como
en una especie de éxtasis.
»Poco á poco, sin embargo, sus ojos brillaron
y palabras incoherentes salieron de sus labios.
»Entonces Nadir cogió la luz y me hizo seña
de que le siguiera. Bajamos á la cueva y meti-
mos la llave en la cerradura.
»Hassan hablaba siempre y e” alta voz con gran