—¿ Como dijísteis ?
—¡Rocambole!—repitió el Muñeco.
Frunció Vanda el entrecejo y su frente se ple-
gó, cogióse la cabeza entre las manos, como si
hubiese querido coordinar todo un mundo de es-
parcidos recuerdos.
El esfuerzo fué, sin duda, muy grande para ella,
porque de pronto dió una carcajada, diciendo:
—¡No me acuerdo!
En la misteriosa sala había un piano.
Vanda se dirigió hacia el instrumento y lo abrió.
Sentóse después en el taburete y sus dedos se
deslizaron con mucha agilidad sobre el teclado.
Inmóvil y con la frente sudorosa, murmuró el
Muñeco:
—¡Loca! ¡Está loca!
—Como lo estarás tú dentro de unas cuantas
horas—exclamó de pronto una voz á sus espal-
das.
Se volvió.
La Hermosa Jardinera se hallaba en el dintel
de la puerta.
—¡Miserable!—gritó el Muñeco queriendo arró-
jarse de nuevo sobre ella,
Sus piernas se negaron á sostenerle, y por más
esfuerzos que hizo, no pudo dar ni un paso.
Se le figuró que entre ambos se elevaba una ba-
rrera invisible.
La sonrisa burlona desapareció de los labios
de la gitana, que dijo con mucha gravedad:
—Escuchadme.
—¡Miserable!—repitió el Muñeco.
Entre tanto, continuaba Vanda sin oirlos y pa-
sando las manos sobre el teclado,
Y la Hermosa Jardinera añadió:
—Quisistes entrometerte en asuntos que no eran
Drama en la India—2
RAR eii. 4 . as