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Tampoco tengo intención de mandar que te cor-
ten la cabeza ó te hagan pedazos, porque has de
saber que me repugna la sangre.
Busqué y encontré un suplicio digno de un
hombre de imaginación como lo eres tú.
Siguió el Muñeco mirándola con mucho desdén,
—Eres instruído y debes saber—prosiguió Ru-
mia, —que los chinos son maestros consumados
por lo que hace al refinamiento de la crueldad,
El duque de Fenestrange, al que vistes hace
un momento, estudió sus procedimientos y fué
quien me enseñó el que voy á aplicarte.
Te condeno á morir privándote de dormir.
Era el Muñeco muy animoso; había hecho el
sacrificio de su vida y, sin embargo, no pudo
por menos de estremecerse,
—Se suele morir al cabo de cinco días—afía-
dió Rumia con cruel sonrisa;—¡y en verdad que
no es cosa larga!
Dió unas palmadas y, al oir esta señal, acu-
dieron los verdugos.
—¡Rocambole!—murmuró el Muñeco en el fon-
do de su corazón.—¿En dónde estáis que no acu-
dís en mi auxilio?
¡VII
Al presentarse los verdugos les dijo la Hermo-
sa Jardinera con acento irónico:
—Haced compañía al señor,
Y mirando al Muñeco añadió:
—Vendré de vez en cuando á yer cómo sigues,
Dicho esto se retiró.
El Muñeco había luchado y estaba quebrantas