vierto en el acto en un hijo del Indostán, pero
de los indiscutibles.
»—Todos lo sabemos, sir Eduardo — dijo sir
Blackweld.
»El mayor siguió y dijo:
»—Me marcho, pues, y atravieso toda la India,
unas veces á caballo y otras á pie, y algunas mon-
tado en un elefante, entro en las pagodas, ó en
las mezquitas, según el caso, y en unas ocasio-
nes me presento como un habitante de Delhi, en
otras como un vendedor de opio y en algunas por
un rico comerciante del valle de Cachemira.
»Y nadie, al verme, puede sospechar que soy
un inglés,
» También sabemos eso, sir Eduardo—dijo el
más joven de los oficiales.
»—Dispensadme, señores, si entro en esos de-
talles —replicó el mayor,—mas son necesarios para
que comprendáis el plan que concebí y combi-
né de acuerdo con el príncipe Osmany.
»—Oigámoslo.
»—La hermosa Koli Nata llegó á Calcuta ayer
noche.
»—Permitidme; ayer noche lo que hicieron la
viuda y su séquito fué acampar en la llanura y
no entraron en la ciudad hasta esta mañana—ob-
servó sir Juan.
»—Sea así. Hoy durante todo el día, la habrán
paseado en triunfo de pagoda en pagoda y des-
de el barrio negro al barrio blanco.
»Esta noche descansará en una de esas posa-
das indias á las que se da el nombre de «schultry»,
»Mañana empezará otra vez el paseo triunfal.
»Después, cuando se haga de noche, y por mucha
que sea la vigilancia de la policía inglesa, des-
aparecerán víctima y verdugos.
»¿En dónde pasarán la noche?