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envueltos siempre en aquella absoluta obscuridad,
cuando el Muñeco distinguió de pronto una luz
junto á la orilla derecha del río,
—¿Qué luz es aquella ?—dijo,
—La casa 4 dónde vais.
Y esto diciendo, la Irlandesa arrolló la vela al
mástil y cogiendo los remos se puso á remar vi-
gorosamente hacia la orilla.
Entonces pudo ver el Muñeco, á través de la
niebla, un pabellón cuadrado, rodeado de jardi-
nes, cuyos muros llegaban á la orilla del río.
El pabellón tenía una de las ventanas ilumina-
das,
—Ya hemos llegado, —dijo la Irlandesa que ha-
bía saltado á tierra y se disponía á atar la barca,
-—|Ah!—hizo el Muñeco,
—i¿ Veis esta puerta?
- —Sí,—dijo el Muñeco, que vió una pequeña puer»
ta en la pared del jardín.
—Pues, bien; tomad: esta llave,
—Bien.
—Abriréis la puerta. En seguida encontrarcis el
Jardín, y cuando hayáis llegado frente á la fa-
chada de la casa, daréis tres palmadas; esta es
la señal.
—¡ Tú no vienes conmigo ?—dijo el Muñeco á la
Irlandesa.
—No,—respondió; y saltando otra vez ála lan-
cha se alejó dejando al Muñeco solo en la orilla.