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-—Neptuno,—le dijo Tippo Runo mostrándole 4
la Bella Jardinera, —¿ves á esta señora?
——Sí, amo,
—Te quedarás junto á ella, y no te moverás
hasta que yo vuelva.
—Sí, AmO.
—No en esta misma habitación, sino en el pa-
slllo” inmediato.
El angloindio se inclinó.
—Si hiciese el menor movimiento que indique
que quiere salir, mátala,—dijo Tippo con la ma-
yor sangre fría, y le entregó el puñal que tenía
en la mano.
Entre tanto señora,--añadió Tippo Runo volvién-
dose hacia la Bella Jardinera, —tened paciencia al.
gunas horas,
—¿ Hasta cuándo?
—Hasta la noche.
—Está bien,
-Esta noche vendré 4 buscaros.
-¿Vendréis 4 buscarme en coche?
--No, en una barca,
—¿Y de aquí á aquella hora?...
—Neptuno es un bruto que no conoce a nadle
más que á mí, y ejecuta mis órdenes sin vacilar,
y la orden que le he dado, es la de mataros si ¡na
tentáis salir de aquí, y tened presente que si in=-.
lentáis hacerlo, sin detenerse por nada ejecutará
mis órdenes... Adiós señora.
— Caballero, — dijo Rumia reteniéndole con un
gesto, —acepto todo esto, pero con una condición.
—i Cuál ?
—Que ese hombre ha de estar fuera de la ha-
bitación.
—Bueno,
-Ya comprenderéis que no tengo deseos de
echarme por la ventana.
-—No obstante, que no es muy difícil. porque