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>punto, detrás de la iglesia de ¡la Magdalena, situar
»da al extremo del bulevar. y |
»Una mujer que no es la que vió anoche, pero
que es mandada por ella, se le acercará, y sir
»Arturo Goldery, la seguirá.»
»El billete no tenía ninguna dirección,
>Al acabar de leer esta carta, creí que iba Á
morir de alegría, y pasé todo el día con gran im-
paciencia,
»Por fin pasó el día, llegó ¡lla noche, y con ella
la hora de la cita.
»Fuí exacto: una mujer cubierta con un velo,
y cuya cara era imposible ver, se me acercó,
»—¿Sois sir Arturo?—me dijo en inglés,
+—Sí respondí, —con voz trémula.
»—¿Consentiréis en seguirme?
»—Hasta el fin del mundo,—contesté, y me llevó
e la mano al otro extremo de la plaza.
»Allí esperaba un coche, al cual subí.
sEntonces ella se sentó á mi lado, se levantó el
velo, y me dijo:
»—Es necesario que os dejéis vendar los ojos.
»—¿Por qué?
>—Porque no debéis saber 4 dónde vais
>»Vendadme, —respondí, —estoy pronto 4 todo,
>Me puso un pañuelo en los ojos, y el carruaje
se puso en marcha.
»Así seguimos más de una hora,
»¿A dónde iba?
»Yo no lo sabía.
>»Por último, un ruido sordo producido por :ay
pisadas sobre la arena, sucedió al ruido sonoro
del adoquinado.
»—Ya hemos llegado,—me dijo mi compañero
»En efecto, el carruaie se detuvo,
»—Dadme la mano,
s