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—Sí, sin duda alguna.
—¿ Y después?
—Nos apoderamos del barco.
» —Comprendido,
»—Echaremos á Tippo Runo al mar y descmbar-
caremos el tesoro y el niño en Europa
»—¿ Vienes conmigo ?
»—Sí,—me dijo Nadir, —porque quiero volver á
ver á Rumia.
»Su vista relampagueó al pronunciar este nom-
bre.
»Evidentemente no conocía yo la mitad de su
aventura con la Bella Jardinera.
»El capitán inglés hizo llevar á su mesa dos bo-
tellas de ron y vasos y nos hizo señal para que
nos aproximáramos así como á los dos malayos
que también había contratado,
»Y en cuanto hubo llenado y alineado nuestros
vasos, sacó un libro de su bolsillo en el cual se
encontraba las fórmulas ordinarias de contrata del
comercio inglés. Y nos alargó un lápiz rojo, ha-
sjéndonos firmar bajo de aquel escrito.
»La autoridad británica se ocupa poco en saber
á qué precio un capitán de un buque ha comprado
la libertad de un hombre por un tiempo cualquiera.
Desde el momento que la firma de un hombre está
puesta al pie del documento, tiene el embarcador
todo el derecho icoercitivo sobre “el contratado.
»Desde este momento, pertenecíamos al capitán
John Happer que, según costumbre, nos adelan-
tó tres meses de paga.
»Después de vaciar las botellas, nos dijo el ca-
pitán:
»—En marcha, que hemos de preparar las cosas
para salir esta noche.
Ya no podíamos volver atrás,
Nadir frunciendo el entrecejo, dijo;