Ma TS Dia
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—Tal es al menos mi opinión—dijo el Hombre
Gris con (ayeento sumiso y respetuoso.
—Pues bien, á yuestra vez escuch: dme—repli-
có ¡el abate Samuel con creciente emoción.
—Hablad. y
—Hace cien años lo mismo que hoy, era Irlanda
la vasalla de Inglaterra, la tierra regada con san-
gre y lágrimas, sobre la que los vencedores po-
nían insolentemente el pie,
Un hombre, mejor dicho toda una raza, se su-
blevó enarbolando la bandera de la independenci ia
y hablando de libertad.
Alrededor de esa raza fuéronse agrupando los
combatientes y durante yn cuarto de siglo luchó
Irlanda unas véces á cara descubierta y á la luz
del sol y otras en la sombra, pero sin cesar y
sin descanso obedeciendo á dos hombres,
Eran estos dos hermanos.
Los dos descendientes de nuestros antiguos re-
yes y en nuestra verde y vetusta Erin existe una
leyenda que dice: un hijo de esa raza será el li-
bertador de Irlanda. ¡
De esos dos hermanos “uno murió combatiendo,
El otro fué un cobarde que se sometió á In-
glaterra y ésta le nombró par, dándole un asiento
en su parlamento. Puvo á su vez dos hijos; uno
de ellos siguió siendo un noble lord; es inglés
y renegó de Irlanda. )
El otro se acordó de la sangre que corría por
Sus venas. Llamábase sir Edmundo; se marchó á
Irlanda y ya sabéis de qué maner acabó su vida.
—¡¿Era el padre del niño, no, es s así?—pregunió
el Hombre Gris.
—Sh. 01 os
—Ahora lo comprendo todo!
—No, no comprendéis aún nada—dijo el abate
Samuel. —El hermano de sir Edmundo, en vez «ue
Maestra de párvulos--10
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