e 148 =
Esta llevaba en las manos una bandeja de plata,
en la que había dos botellas y tres copas.
Tres copas de cristal de roca, de esas talladas
que se llaman de muselina, y dos venerables bo-
tellas cubiertas de polvo y de telarañas.
—Vengo, dignos caballeros—dijo el bueno del
gobernador,—con arreglo 4 la costumbre, á hace-
ros una visita, en atención 4 que un gobernador,
que se respeta, debe abrar así con sus nuevos pen-
sionistas. Estoy muy satisfecho 'al hacerlo, mis
respetables señores, porque fué con gran alegría
como ví 4 un caballero francés devolver la espe-
ranza 4 mi atribulado corazón.
—¡Ah'! Sí—dijo el Hombre Gris iechándose á reir,
ya sé que soy ¡el genio protector de White Cross.
—Sí, por cierto—contestó sir Cooman.
Y, al mismo tiempo, hizo una señal á miss Peni-
que, que se prcercó y dejó la bandeja sobre la
mesa.
—Estoy tan contento, mis dignos señores—pro-
siguió sir Cooman,—que 'engo á suplicaros me
dispenstis la honra de beber conmigo una copa
de Oporto. Estas botellas tienen treinta años.
El Hombre Gris 'se sonrió. y
—Aceptamos con mucho gusto lo que nos pro-
pá
pone vuestro honor—dijo. ' Ú
Master Goldschmidt, descorchó las dos botellas,
y escanció el vino, SA,
—Señores—dijo sir Cooman levantando en alto
las copas, —bebo por vuestra salud, y también por,
Francia é Irlanda. ' : ] pia)
—¡Por la Reina!—contestó el Hombre Gris.
—¡Por vuestra salud!—dijo el abate Samuel
—Bebo también por White Cross y su prosperi-
dad—añadió. el Hombre Gris, —por más que sólo
haya pasado 'aquí muy poco tiempo y, la hora de
mi partida esté muy próxima.