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Sonrióse el Hombre Gris.
—Quisiera acceder á vuestros deseos=d1j0, pero
tanto el señor abate como yo, tenemos que hacer
en Londres, ;
¡Dios mío!—gimió el carcelero.—¿ Y 0s mar-
cháis de esta manera de White Cross?
La frescura del aguá con que le humedeció miss
Penique la cara, reanimó á sir Cooman.
Al principio exhaló un suspiro, abrió luego sus
grandes ojos redondos, y dió un grito de alegría
al ver que aun estaba allí el francés
El Hombre Gris no dejaba de sonreir
—Qué impresionable es vuestro honor—dijo.:
Saltó de la cama el gobernador, y cogió al Hom-
bre Gris del brazo diciéndole:
—Supongo que no os iréis,
—Pero vuestro honor comprenderá...
-—No, no es posible... no podéis marcharos... por-
que no querréis mi ruina ni mi deshonor ¿no es
así?
-—No, por cierto—dijo el Hombre Gris.
—Y si os vais, vendrán sobre mí toda clase de
desdichas.
—Permítame vuestro honor que no lo crea así,
y si el señor abate y yo mo tuviésemos tanta prisa
para marcharnos... :
Sir Cooman, presa de repentina cólera, dió una
patada en el suelo.
—¿ Y quién me dice—preguntó, —que ese talón
es realmente bueno?
Y tocó con la punta del dedo el documento que
estaba sobre la mesa.
—¡Bah!—hizo el Hombre Gris.—¿Vais á desco-
mnocer ahora las firmas del Banco?
Un vislumbre de esperanza experimentó el es-
píritu de sir Cooman.
—Permitidme, caballero que os haga una obser-
vación —dijo de pronto tomando un tono más ama-