Full text: La maestra de párvulos (1)

e 150 = 
Sonrióse el Hombre Gris. 
—Quisiera acceder á vuestros deseos=d1j0, pero 
tanto el señor abate como yo, tenemos que hacer 
en Londres, ; 
¡Dios mío!—gimió el carcelero.—¿ Y 0s mar- 
cháis de esta manera de White Cross? 
La frescura del aguá con que le humedeció miss 
Penique la cara, reanimó á sir Cooman. 
Al principio exhaló un suspiro, abrió luego sus 
grandes ojos redondos, y dió un grito de alegría 
al ver que aun estaba allí el francés 
El Hombre Gris no dejaba de sonreir 
—Qué impresionable es vuestro honor—dijo.: 
Saltó de la cama el gobernador, y cogió al Hom- 
bre Gris del brazo diciéndole: 
—Supongo que no os iréis, 
—Pero vuestro honor comprenderá... 
-—No, no es posible... no podéis marcharos... por- 
que no querréis mi ruina ni mi deshonor ¿no es 
así? 
-—No, por cierto—dijo el Hombre Gris. 
—Y si os vais, vendrán sobre mí toda clase de 
desdichas. 
—Permítame vuestro honor que no lo crea así, 
y si el señor abate y yo mo tuviésemos tanta prisa 
para marcharnos... : 
Sir Cooman, presa de repentina cólera, dió una 
patada en el suelo. 
—¿ Y quién me dice—preguntó, —que ese talón 
es realmente bueno? 
Y tocó con la punta del dedo el documento que 
estaba sobre la mesa. 
—¡Bah!—hizo el Hombre Gris.—¿Vais á desco- 
mnocer ahora las firmas del Banco? 
Un vislumbre de esperanza experimentó el es- 
píritu de sir Cooman. 
—Permitidme, caballero que os haga una obser- 
vación —dijo de pronto tomando un tono más ama-
	        
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