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qué me lo dijo el Hombre Gris, y cuanto dice éste,
es verdad. e
A fuerza de razones y de paciencia, el buen Dan-
dy consiguió reanimarla, infundiendo “algún ánimo
en el alma atribulada de la pobre madre.
No era, por otra parte, más que un día y una
noche lo que le faltaba que pasar, puesto que al
día siguiente vería al Hombre Gris, y con él al
abate Samuel.
Al parecer, la irlandesa se resignó.
No lloró ni habló más, sino que pareció que se
concentraba en su dolor.
Y, por último, obedeció el Dandy, que consiguió
hacerla tomar algún “alimento.
Durante el resto del día, el Dandy no se separó
de ella ni lun momento, y cuando se hizo de no-
che la aconsejó que se metiese en la cama.
La irlandesa accedió.
Mientras tanto verificábase, sin embargo, 'un ex-
traño fenómeno en el ánimo de la pobre madre.
Tenía fe en el Dandy y no habría querido aban-
donarle; pero sentía como una obsesión, una idea
fija; la de volver á aquella casa en la que la ha-
bían robado su hijo.
—Me parece que yo la encontraré—se decía; —
y que esas mujeres no se atreverán á ocultarlo
durante más tiempo y me lo devolverán.
Y se metió en cama con la esperanza de que el
Dandy se marchase. '
El mendigo filósofo, que había tomado una ha-
bitación al lado de la de Juana, se mardhó al
poco rato, y ésta, que estaba escuchando con mu-
cha atención, le oyó bajar la escalera,
Se asomó á la ventana y miró á la calle, viendo
salir al Dandy de la casa de dormir y echar á
andar después con rápido paso, encamihándoso
hacia Leicester square,
ás O llas.
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