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Quiso lady Elena dar un grito, y no pudo, por-
que su garganta estaba seca,
Intentó cerrar la ventana y huir, mas se figuró
que una fuerza desconocida la sujetaba al suelo.
El desconocido seguía encaramándose por el ár-
bol.
Con la ligereza de un clown, legó á una rama
que estaba casi al nivel del antepecho de la ven-
tana.
Tal vez, si hubiese un solo momento vuelto la
cabeza, si hubiese cesado, aunque no fuera más
que un segundo de fijar sus ojos centelleantes en
la joven, desveneciórase el encanto, y lady Elena
habría tenido fuerzas para llamar pidiendo socorro.
Aquellos ojos de mirada dominadora, continua-
ron fijos en ella, y la asombrada hija de lord Pal-
mure vió á aquel hombre que daba un salto pro-
digioso desde las ramas del árbol al antepecho
de la ventana,
Empuñaba un puñal, 'y, dijo con mucha resolu-
ción: Ence
—Si Namáis, os mato.
Retrocedió lady Elena, pero lentamente y con
la mirada fija en aquel hombre que se atrevía á
amenazarla mada menos que de muerte,
¿Quién era? El
Jamás le había 'visto,
Su traje era lel de un caballero, y su rostro te-
nía esa palidez distinguida, propia de las perso-
nas de calidad, ' :
La mirada de sus ojos inteligentes fascinaba lo
mismo de cerca que de lejos. ;
No obstante, lady Elena hizo un esfuerzo su-
premo, y, rompió 4 medias el encanto, que la do-
minaba. j PA
—¿ Quién sois?—preguntó. —¿Qué me queréis?
¿Por qué vinisteis aquí?
Os pido mil perdones, lady; Elena, por haber
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