lady Elena, pero la fascinadora mirada del Hom-
bre Gris pesaba sobre ella, y no tuvo más remedio
que obedecer.
Cogió el candelero, abrió la, puerta de su cuar-
to y hijo:
—Seguidme: ;
La irlandesa se apoyaba en el brazo de su liber-
tador. : VU
Lady Elena les hizo seguir un corredor y bajar
ma escalera, atravesando después muchas salas
del piso bajo.
En el hotel reinaba tun profundo silencio, y en
el camino no encontraron á nadie,
Cuando llegaron al invernadero, cogió lady Ele-
na 'una llave que estaba colgada en la pared.
—Aquí tenéis—dijo,—la Nave de esa puerta.
—Está bien. Hasta la. vista, lady Elena, —contes-
tó el Hombre Gris.
Y en aquel momento pudo desprenderse la alta-
hera joven del extraño encanto que la dominaba
desde hacía una hora, y replicó:
—¡Sí! ¡Sí! ¡Hasta la, vista, porque volyeremos
'á vernos!
Y dirigió una mirada rencorosa á aquel hombre
en cuya presencia había temblado, sintiéndose do-
minada y humillada por él,
—Sí, nos volveremos á ver—murmuró mientras
que el Hombre Gris atravesaba el jardín lleván-
dose á la irlandesa. —¡Nos volveremos á ver, y
entre nosotros será en adelante el duelo á muerte!
'
FIN