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—¡Son tantos los caballeros que han venido aquí
trayendo niños!—exclamó Wilton.
—Sea, pero á ese no podéis haberle olvidado,
—¿Su nombre? ”
—Se llamaba sir Juan Waterley, era oficial del
ejército de la India y al día siguiente se marcha-
ba á Calcuta, de donde era verosímil que no vol-
viese munca, porque estaba atacado de una enfer-
medad de la que decían que no curaría nunca.
El niño era hijo de ese caballero y de una joven
de la alta aristocracia, de miss Emilia Homboury,
hija de un par de Inglaterra y no había por lo tan-
to que pensar en que pudiesen casarse. Nos trajo
el niño, y nos Wió el encargo de cuidarlo y educarlo
hasta que cumpliese la edad de quince años, y en
llegando á esta edad para convertirlo en un hon-
rado obrero, anunciándonos que ni él ni su madre
podían reclamarlo nunca. veia
—Ahora recuerdo perfectamente—dijo Wilton,
que se preparó un tercer vaso de mezcla.—Sir
Juan os entregó una bolsa que contenía ochocientas
libras, y como no estabais dispuesta á gastar esa
suma en obsequio al niño mi educándole, os la
guardasteis, y cuando se marchó sir Juan fuíme
yo al puente de Londres para echar al chiquillo
de cabeza al Támesis.
s% —Sí, así es.
" —Pero ¿por qué me decís eso, milady ?
—Porque ahora me reclaman el niño,
—¿Quién?' : 2A : , es
—Sir Juan.
—¿No ha muerto?
—No, y lacaba de casarse en Cannes, Francia,
con miss Emilia, que habiendo perdido á su pa-
dre, se arrojó á los pies de su hermano confesán-
doselo todo, de tal manera que éste la perdonó.
—¡Misericordia!—exclamó Wilton.—¿Y qué es lo
que pensáis hacer, querida ?—añadió cuando se hu-