= Gl
¡AR! ¿Con que no queréis ser la mujer de
Guillermo? Pues ahora vamos á vernos las caras
—aulló el marinero.
Y, cogiendo á la irlandesa, la arrojó, hacien-
do un esfuerzo supremo, al centro de la taberna.
De pronto se oyó 'un grito: el que lo dió fué e'
Dandy.
Nadie oyó aquel grito, porque la atención gener
ral se concentraba en Guillermo y su conquista.
El Hombre Gris fué el único que se apercibió.
¡Es ella! —exclamó el Dandy.
¿Quién es ella?—preguntó, el Hombre Gris
La irlandesa.
- ¡La madre del niño?
—SÍ.
—¿ Y cómo puede testar aquí?
No lo sé, pero es ella.
'Contempló el Hombre Gris á la pobre mujer y,
se conmovió á la vista de laquella belleza sin igual
á la que el terror daba una expresión celestial.
Habríase dicho que era un ángel caído del cielo
en algún rincón del infierno. Estaba, á la sazón,
de rodillas y dirigía 4 su alrededor, y á 1 ravés de
sus lágrimas, una mirada suplicante.
Tened compasión de mí, buenos señores y se-
fioras, que no soy lo que este hombre se figura;
soy una pobre madre á la que le han quitado su
hijo... Libradme, amigos míos, de este hombre....
Es preciso que encuentre á mi hijo.
Y se retorcía las manos. Al ver aquella desespe-
ración reíanse hasta desternillarse todos aquellos
bandidos y mujeres perdidas que gritaban á VOZ
en Cuello: po
¡ Hurra por Guillermo!
-Este se colocó en el centro de la sala: tomando
una actitud de matamoros.
—Soy Guillermo—decía, —Guillermo el «Victorio:
so» y fuí siempre el niño mimado de las mujeres.