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quiera que len-
Lo mA A
—Tened presente que aquí, cuales
ga dinero, es el amo. luis
—En todas partes pasa: lo mismo—observó el
Dandy, que golpeó el chaleco, y por lo tanto, las
guineas. ' yo pan lar
El Hombre Gris continuó:
—Si se han apoderado de vuestro hijo, es por“
que quieren guardarlo, y para apoderarnos de él
tenemos que emplear más astucia que fuerza, por-
que ésta no vale nada para los que no tienen di-
MOTO. min eo. :
—Pero el caso es que yo lo tengo— dijo «el Dandy.
—¿Tú?—replicó el Hombre Gris sontiendo. — Tú
lo que eres un hombre honrado y un imbécil.
Y saltó á la calle, encargando al cochero que no
se moviese de ésta. Dicho esto se alejó, sin apre-
surarse, acercándose al número treinta y cinco,
pasando y repasando por delante de la casa y exa-
minándola con mucha atención.
—¡Pobre mujer!-—murmuró acordándose de la
irlandesa. —¡Cómo debe latirle el corazón y que
impaciente debe estar!
En vez de llamar á la puerta de la casa, siguió
más allá. Enfrente de la puerta había una ccrve-
cería y entró en ella, pidiendo un vaso de ginebra
y diciendo á la joven que le sirvió:
—¿ Conocéis 4 mistress Fanoche?
—Si—respondió la joven del mostrador,—la co-
nozco porque de vez en cuando envía por un ja-
rro de cerveza. ,
—¿ En dónde vive?
—Ahí, en el número treinta y cinco, en aquella
casa ¿la veis?
PA (
Contestó el Hombre Gris, y tomó tun aire inocente
y, bonachón.
—Si os hago esa pregunta), es porque tengo, una
niña y quiero meterla en un colegio,