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El Hombre Gris repitió con el pulgar de la mano
derecha el signo de la cruz que antes hiciera con
la izquierda. 5
Y el desconocido se inclinó diciendo:
—Habla, maestro, y obedeceré.
El primer signo de la cruz quería
iguales ante un mismo secreto», y el segundo sig-
nificaba: «En toda asociación misteriosa, hay hom-
bres que obedecen y hombres que mandan; yo
soy de estos últimos.»
—¿Qué es lo que hay que hacer?— preguntó el
decir: «Somos
transeunte. :
—Seguirme—respondió el Hombra Gris.
Y retrocediendo se dirigió hacia el carruaje, en
el que el Dandy pasaba grandes trabajos para
contener á la irlandesa, que pedía, con lágrimas
y gritos, que la devolviesen su hijo.
El paseante lo siguió dócilmente, sin hacer nin-
guna objeción.
XV
El Hombre Gris se acercó al arruaje.
—¡ Cómo !—dijo el Dandy que le había visto pa-
delante del número treinta y cinco sin
entrar en la casa. —¿No supisteis encontrar ?
En vez de responder al Dandy, el Hombre Gris
se encaró con la irlandesa.
—No os voy á preguntar si quercis mucho á
vuestro hijo y—dijo,—si daríais vuestra sangre por
recuperarlo.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Mi sangre y mi vida!—exclamó.
—Pues bien—siguió diciendo el Hombre Gris con
tan acento tan solemne que hizo estremecerse á la
pobre madre, —escuchadme con mucha atención,
seriedad y calma, si es que queréis recobrar á
; vuestro hijo.
Dejaron de gorrer cn el
sar por
acto sus lágrimas, y