Full text: La maestra de párvulos (1)

Cerró jel Hombre Gris todas las puertas y, 
acercó á la lanonadada vieja. 
—Decidme, amiga mía, ¿oísteis hi ablar alguna vez 
de Newgate ó de Mil Banck? Pues ya sabéis que 
son hermosas eárceles, en las que se encierra á los 
eriminales y todo parec le indicarme que muy pron- 
to vais á hacer conocimiento con la una ó con la 
otra. vel ] 
—Haced de mí lo que queráis- dijo la vieja con 
voz moribunda;—pero tomo al cielo por testigo... 
—Nos está esperando un carruaje á la puerta, 
—siguió diciendo lel Hombre Gris,—os meteremos 
en él, y os llevaremos á ver al magistrado de 
policía, si les que en seguida no ¡nos decís dónde 
está el niño. » 
—No lo sé—respondió la e 
—¡Lo sabéis! 
—Matadme si os parece, mas no puedo hablar— 
dijo. po 
—¿Qué os parece si la ahiore vásemos?—lo pre- 
guntó el Dandy. > 
— Bueno, no hay inconvt Entente —re0 nó el 
Hombre Gris, que pensó que aquella amenaza ha- 
ría mucho más efecto que el nombre del magis- 
trado de policía. 
Quitóse el Dandy la corbata y la p: asó addedos 
del cuello de la vieja. 
Dió ésta 'un grito sordo; mas como estaba dela: 
da de una energía sorprendente, repitió: 
—Matadme si queréis, que no diré nada, 
El Dandy anudó la corbata. 
—Aprieta—ordenó el Hombre Gris. 
La vieja dió un nuevo grito, pero más “sordo 
y más ahogado que el primero. > rd pomo 
De pronto resonó con violencia la campanilla 
de la puerta, y la mano del Dandy, que, hacía 
alrededor del cuello de la vieja oficios de mani- 
vela, se Wetuvo, y el Hombre Gris y, sus dos com-
	        
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