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Esta se había mostrado muy cariñosa con él
cuando por la mañana acompañara al médico, y
el reconocimiento es lo que domina más en el
corazón de los niños, —¿Eres tú, señora 2—dijo.
.—Sí, hijo mío—respondió Catalina. —¿Sufres mu-
cho?
—Un poco menos que antes—contestó Rodolfo
con voz dulce y triste,
—i¿ Tienes sed?
—¡0Oh, mucha, sí, señora!
El Hombre Gris mantúvose apartado á un lado
en la sombra, y de sus ojos se desprendieron grue-
sas lágrimas,
—Parece, señora, que tú eres muy buena. ¿Por
qué no quieren dejarme salir de aquí para que
vaya en busca de mi madre?
Dió el Hombre Gris un paso, y penetró en el
círculo luminoso proyectado por la luz de Ca-
talina.
Hizo el niño un ademán de terror, pero no
lloró.
—¿ Me permitís, miss, que le hable en el lenguaje
de su país?
—La lengua de los irlandeses es lo mismo que
la nuestra—respondió sonriendo Catalina.
—El pueblo habla un dialecto.
—¡Ah!
—Ahora lo oiréis,
Y de pronto aquel hombre que lo sabía todo y
hablaba todas las lenguas, empezó á hablar un
dialecto que sólo comprenden los pescadores de
la costa de Irlanda.
Al oír las primeras palabras, dió un grito el
niño. '
La lengua materna vibraba en sus oídos lo mis-
mo que si la patria ausente se le acercase,
—Rodolfo, soy amigo de tu madre—le dijo el
Hombre Gris,