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lo después de enseñarse unas á otras la ventana
de Susana.
En 'uno de los extremos de Brook street, á la
izquierda, había un patio obscuro, triste y de-
sierto, en cuyo centro y rodeada de otras casas,
ele vábase hacía más de un siglo una casita.
Era ésta un monumento; la pagoda de Brook
street, el templo de aquel barrio irregular; la ha-
bitación del Cartouche inglés, de Jacobo Shep-
pard muerto en el campo del honor, Ó sea en el
palíbulo, hacía más de un siglo.
Los ladrones la han conservado intacta, ense-
fiándosela con respeto y de generación en gene-
ración, transmitiéndose la leyenda histórica del
que habitó,
Cuando nace algún chiquillo en Brook street le
llevan con gran pompa al pórtico de la casilla y,
Jos más ancianos le dicen:
—¡Ojalá te parezcas á Sheppard!
Aquél es el bautizo del ladrón en ciernes.
A esa casita era á la que, aquella noche, se
dirigían de una en una ó de dos en dos, todas
las sombras que atravesaban la niebla.
La niebla inglesa, que es roja, comunicaba á
todas las cosas un aspecto fantástico, y se hu-
biera podido creer que eran fantasmas.
Sí, los fantasmas de los compañeros de Jacobo
Sheppard que se reunían durante la noche para
hacerle una ovación de ultratumba.
Y lo que contribuía á aumentar la ilusión, era
sel silencio profundo que reinaba en el patio, la
hausencia completa de luces en las ventanas, viu-
¡das de postiguillos desde hacía muchísimos años,
A pesar de esto, eran muchísimos los que acu-
dían á la reunión.
Una vez dentro de la casa, levantaban la tram-
ipa de una cueva y desaparecían por una escale-
a stibterránea. Esta daba acceso á la cueva,