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haya interrogado, verá que no tiene que habér-
selas más que con una ladrona, y no creerá ne-
cesario desplegar grandes fuerzas para guardarla.
—Si es como decís—dijo el Pájaro Azul,—soy
de vuestra opinión. Es preciso esperar á mañana.
—Pero ¿4 qué vinisteis aquí? —preguntó el pre-
sidente al Hombre Gris.
—Para preveniros.
—¿ Y qué interés pudimos inspiraros?
—Vine porque Susana tiene un hermano que se
llama Juan Colden.
—Sí, es verdad—dijo Craven.
—Y ese hermano es feniano.
—También lo sé.
—Y todos los fenianos son hermanos y se deben
mútua asistencia.
—De manera que sois...
—¡Silencio!—dijo el Hombre Gris.—Os avisé y
nada más. Acordaos del proverbio ¡al buen en- ]
tendedor, con media palabra le basta!
Y dió un paso para retirarse,
De pronto se volvió hacia el Pájaro Azul.
-—¿Me conoces?—le preguntó.
—Sí, por cierto—le contestó el Pájaro Azul,
—( Tienes confianza en mí?
—En vuestra compañía iría hasta Newgate.
—No te pido tanto; lo único que deseo es que me
acompañes hasta la casa en que vive Susana.
-—¡Si está llena de policía!
—Ya lo sé.
—Y no os querrán dejar pasar.
Sonrióse el Hombre Gris, y con soberbia ex-
presión murmuró;
—Vas á ver como yo entro en todas partes,
—Vamos, pues-—dijo Jacobo.
Y siguió al Hombre Gris, que saludó á los la-
drones con un gesto amistoso.
Cuando estuvieron fuera de la casa del célcbre