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gro y con corbata blanca, y sacó del bolsillo un
bastoncito de constable.
La institución de los constables es genuinamen-
te inglesa. En un país en que se profesa el más
profundo respeto 4 la ley, hasta las personas de
posición elevada tienen á vanagloria acudir en au-
xilio de la autoridad, cuando ésta corre algún pe-
ligro. Un caballero, un simple squiro, se hacen
inscribir como constables.
Se suscita una riña en la callo; estalla un mo-
tín y los agentes, poco numerosos, se ven apura-
dos, entonces salen de entre la muchedumbre uno
ó muchos hombres, elegantemente vestidos, perfec-
tamente educados, y que pertenecen á la clase más
elevada de la sociedad, que sacan del bolsillo el
bastoncito y acuden presurosos á auxiliar á los
agentes. Son los constables.
El Hombre Gris, que vivía en Pall Mall y pa-
recía tener dos existencias, una misteriosa y la
otra á la luz del sol, era constable.
Llegó á la puerta de Susana y se encontró con
dos policemans, á los que enseñó el bastoncito.
Los agentes se inclinaron y le dejaron pasar,
Y aquel hombre que no tenía más que hacer que
presentarse para dominar, entró en la habitación
é hizo un signo á los otros dos agentes que es-
taban en ella, y éstos se reliraron dejándole á
solas con Susana.
Le habían tomado por un alto empleado de la
policía, encargado de interrogar á Susana.
Esta lo creyó también á4 la cuenta, porque le-
vantó la pálida cabeza y fijó en él la mirada de
sus rasgados ojos negros.
El Hombre Gris se acercó al lecho y la dijo:
—Vengo de parte de vuestro hermano, Susana.
—¿ Conocéis á Juan?—le dijo.
Es amigo mío.
La policía suele emplear á veces ciertas estra-
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