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¡A mí! ¡A mí!
-—¿No sois la hermana de “Juan Colden ?
—Es cierto ¿y Juan?
—Juan y sus hermanos 0s salvarán si prestáis
á Irlanda el servicio que ésta espera la hagáis.
—¡Ah1 Hablad.
—Hicísteis que os acompañase un niño á la ca-
sa en que os hirieron.
Cubrióse Susana el rostro con las manos.
—;¡Pobrecillo! ¡Quizás haya muerto á estas ho-
ras! Bultón fué el que se empeñó en que nos
acompañaso.
—Ese niño no ha muerto.
-—¡¿ De veras? »
—Sí, pero está preso, y mañana os interrogarán
acerca de él,
-Os aseguro que diré la verdad. Sí, Ja diré—=
añadió Susana, —porque «es inocente... le engaña-
mos diciéndole una mentira.
—He aquí precisamente una cosa que conviene
muchísimo que no la digáis...
—¡ Cómo!
Le miró Susana con asombro.
—Escuchadme—dijo el Hombre Gris.
Inclinóse un poco, y durante largo rato la es-
tuvo hablando al oído.
¿Qué fué lo que la dijo?
¡Misterio!
Pero cuando el Hombre Gris acabó de hablar,
le dijo la joven:
—Ahora comprendo lo que deseáis, y 0s obe-
deceré. :
—(¿Me lo juráis?
—A fe de irlandesa.
--Os ereo—dijo el Hombre Gris poniéndose en
pie.—Adiós, Susana, y hasta la vista, porque nos
volveremos á ver muy pronto.
-—¿Es cierto que me salvarán?
A RA