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La “amenaza referente á su padre la hizo, sin
embargo, enmudecer y temblar, y el encanto fas-
cinador de aquel hombre recobró todo su poder.
—¿Qué es lo que queréis de mí?—preguntó.
Bajó la cabeza y un temblor convulsivo agitó
su Cuerpo.
—Deseo hablar con vos—dijo el Hombre Gris.
Y la cogió la mano.
En el alma de la joven se había levantado una
tempestad.
Si con la mirada se pudiese matar, quedara allí
muerto el Hombre Gris en el momento en que
se atrevió á cogerla de la mano para llevarla has-
ta 'un sillón, en el que la obligó á sentarse, que-
dándose en pie delante de ella,
—Tenía mucha razón, lady Elena, cuando hace
'un momento dije que estaba en inteligencia con
gentes de vuestra casa. Acabáis de tener una prue-
ba de ello; hicisteis fuego sobre mí y vuestras pis-
tolas no dispararon. ¿No adivináis que una mano
adicta é invisible preparó lese resultado? Ahora ha-
blemos, si lo tenéis á bien. :
No le respondió lady Elena, y esperó.
—Vengo, lady Elena, para ofreceros la paz ó
la guerra—siguió diciendo tel Hombre Gris. —AÁ vos
os toca escoger. La paz es la abstención de vues-
tro padre y la vuestra ¡en esos asuntos que tan
mezclados estáis. Sois vástagos degenerados de una
“aza muy venerada en Irlanda, é. hicisteis traición
á la más noble de las causas.
Hizo en esta ocasión lady 'Elena un esfuerzo
supremo, irguió la cabeza y afrontó la mirada
del Hombre Gris,
—Seguid —dijo.
—Vuestro padre hizo traición 4 Irlanda y en-
tregó á su hermano.
—Mi padre dejó de ser irlandés; es inglés—re-
plicó lady Elena,