= 143 =
—¿A qué vienes aquí?
—Si he de deciros la verdad, querido, vine con
la esperanza de encontraros—respondió Juan Col-
den.
Master Pin dirigió una nueva mirada á los an-
drajos que formaban el traje de su pariente.
* —Ya veo que no eres muy afortunado—dijo,—
pero, amigo mío, á pesar del buen traje que lle-
vo, paso también mis apuros. Tengo mujer é hijo,
y el sueldo es muy pequeño, pero mucho.
Juan Colden bajó la voz.
—Lo sé perfectamente, querido primo, y no ven-
go á nada que pueda compromieter vuestro bol-
sillo.
—¡Ah!—hizo master Pin cuya frente se serenó.
—¿ Crees que puedo prestarte ¡algún servicio?
—Sí, por cierto, y sin que para ello tengáis que
soltar ni un penique—contestó Juan Colden.
—No obstante, beberás conmigo una copa de
ginebra—dijo el portero del rastrillo encantado con
el sesgo que tomaba la conversación,
Hizo que Juan Colden pasara al saloncito reser-
vado, en el que no había nadie, y, por consiguien-
te, podían hablar tion entera libertad.
Les sirvieron dos vasos de grog preparado con
ginebra y master Pin continuó:
—Vamos, dime, amigo mío, de qué se trata. So-
mos hijos de hermanos, y por más que no tenga-
mos nosotros motivos de agradecimiento para con
los irlandeses, estoy dispuesto á hacer en tu ob-
sequio todo lo que pueda
—Y, sin embargo, sois irlandés—observó Juan
Colden. : e
—Sí, pero lo oculto,
—Y tenéis razón—respondió Juan Colden,-—por-
que la verdad es que, desde hace algún tiempo
á esta parte, los irlandeses gozan de mala repu-
tación en Londres, /
A AA ES nn en nor e
PA A O A EE