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Ó le diese alguna carta para alguno que se inte-
resa por él, :
—Nunca se había pensado en semejante cosa—
continuó master Pin—hasta el año pasado en que
sucedió que se fugó un preso, y se sospechó que
los obreros habían favorecido la evasión,
—¿ Y cómo lo hacen ahora?—preguntó Colden
con la mayor inocencia.
—Todas las semanas, ¡el sábado por la mañana,
se echan suertes y los que resultan agraciados,
son los destinados á trabajar en el interior de
la cárcel.
—No me parece del todo mal.
— Y hacen que decida la suerte, porque de no
ser así no querría ir ninguno.
—¿ Y después?
—Desde ese momento se consideran como si fue-
sen presos.
—¿ Para siempre?
—No, nada más que durante ocho días. Se les
quitan sus ropas, y se les obliga á que usen el
uniforme de la casa. Durante esos ocho días, es-
tán sometidos á una verdadera disciplina.
Cuando termina esa semana se les varía, se les
devuelven. sus ropas, y no se les permite salir
hasta que éstas han sido sometidas á un minucíio-
so registro.
—¿ Y si uno de los trabajadores de los que de-
signó la suerte se nesase—preguntó Juan Colden.
—Sus compañeros le arrojarían de su lado y
no encontraría trabajo en ninguna parte,
—Lo que es 4 mí no me asusta la idea de tener
que vivir ocho días entre cerrojos—dijo Juan Col-
den.
—¿No tienes hijos?
:«—Soy soltero.
—Pues entonces es muy fácil—dijo master Pi:
Niño perdido --10