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dos los recursos, así es que me da lo misimno pasar
aquí ocho días encerrado, que salir, tanto más
cuanto que no cobraré hasta el sábado próximo.
—Sois un buen compañero—dijo Jonatan.
Y le estrechó afectuosamente la mano.
El obeso contramaestre se había colocado en el
centro de la obra, y los obreros formaron un cír-
culo á su alrededor.
—Tengo que daros una mala noticia—dijo.
Miráronle todos con mucha inquietud.
—Se ha derrumbado una pared en la cárcel vie-
ja, entre «el molino y la panadería, y para la re-
paración se necesita más gente que la que suele
sortearse de ordinario todas las semanas.
Los albañiles se miraron unos á otros con aire
de consternación.
—Necesitamos—siguió diciendo el contramacstre,
—veinticinco hombres, es decir, diez más que los
de otras veces.
—La cuarta parte —murmuraron los albañiles
que leran un centenar.
—Vamos, amigos míos, un poco de valor—dijo
el contramacestre,—y mano á la calabaza. ¡Qué de-
monio! Una mala semana se pasa pronto.
El pueblo inglés les silencioso y melódico.
Los albañiles, sin que nadie se lo dijese, se co-
locaron en fila y fueron pasando uno á uno por
delante del contramaestre.
Al pasar metían la mano en la calabaza y sa-
caban una bolita.
Unos, que eran supersticiosos, se la metían en
el bolsillo ó la conservaban een el hueco de la
palma de la mano sin quererla mirar.
Otros en cambio, querían saber en seguida, á
qué atenerse,
Cuando le tocó el turno á Jonatan miró la que
había sacado, y se puso muy, pálido. ;
Tenía «el número tres,