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No le respondió Susana.
Siguieron andando, y de este modo llegaron al
extremo de Graysiens lane, que cruza una gran
avenida llamada Holborne, que no es ni más ni
menos que la continuación de Oxford street.
En este punto se detuvo un momento Susana,
que parecía muy inquieta, y dirigía 4 su alrede-
dor miradas furtivas, como si estuviese buscando á
alguien.
Al fin, pasó un hombre, al que ella, sin duda,
reconoció.
Susana, sin soltar al niño de la mano, se acer-
có con mucha viveza á él,
—¿Eres tú, Susana?—la preguntó deteniéndose,
—Sí; ¿has visto á Bulton? Hace tres días y tres
noches que no tengo noticias suyas.
—Tenía entre manos un buen negocio, y creo
debía hacerse esta noche.
—¡Ah! — exclamó Susana. —¡Entonces no está
preso!
—Esta mañana al menos no lo estaba,
Respiró Susana más á sus anchas.
—Gracias, Guillermo. Adiós.
—¿Te vuelves ya á tu casa?
—SÍ. qn o
—¿Se hacen buenos negocios?
—Una cosa regular; las gentes de buena posición
se cosen los bolsillos—respondió Susana.
—¡Calla! ¿Tienes un chiquillo?
—Es un irlandesito que no sabe donde dormir.
Le llevo á mi casa, y mañana le acompañaré á
la de su madre,
Estas últimas palabras tranquilizaron á Rodolfo,
que no resistió la suave presión de la mano de
Susana, que siguió su camino haciéndole ir tras
ella.
Después de dar unos cuantos pasos por Holbor-
pe, internóse de pronto Susana en un callejón de
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