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La voz brusca del agente no asustó, empero, á
Rodolfo, que echó á andar, con la cabeza erguida
y el paso resuelto.
vi
Kilburn es el cuartelillo de policía que se halla
á más distancia de la cárcel, y parecía natural
que en el registro se empezase por los presos
que llegaban de allí, puesto que por él empezó
su viaje el coche celular.
El policemán de las patillas rojas hizo entrar
al irlandesito en el registro.
El jefe de la oficina abrió tun gran libro, y em-
pezó á hacer las preguntas de costumbre.
Respondió el agente dando el nombre de Ro-
dolfo y su edad, y exhibiendo además, una copia
de la sentencia dictada por mister Booth.
Con la más completa indiferencia inscribió el
empleado todos aquellos datos en el libro regis-
tro, y luego se echó hacia atrás las gafas que be-
nía apoyadas sobre la nariz y sin su auxilio exa-
minó al agente.
—¡Ah!—exclamó.—Si no me equivoco, es; una
cara nueva.
—En efecto —respondió el agente con mucha cal-
ma,—no se equivoca vuestro honor, porque es la
primera vez que desempeño este servicio.
El calificativo ¡die «vuestro honor» halagó al je-
fe ide la oficina.
Era éste un hombre (de una edad no muy avan
zada, y que habiendo empezado de escribiente ha
cía veinte años, permanecía en la cárcel de 'Colc
Bath field como un caracol en su concha.
Si le hubiesen llevado con los ojos vendados a
Niño perdido—11
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