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—JSuan Colden sale de la celda, va en busca del
niño y ambos se dirigen al patio, cuya puerta
les tabrís. ¿No tenéis una lave?
—Si.
—Ese patio comunica por otra puerta con los
edificios de la nueva cárcel Debéis tener la llave.
de esa puerta.
—Sí, les cierto; pero no tengo la del rastrillo,
que lesa no la suelta ni de día ni de noche mas-
ter Pin, que la lleva en el cinturón.
—Me es igual, porque una vez en la cárcel nue-
va no será por el rastrillo por donde salgan Juan
Colden y el niño.
—¡ Ah!
—No veo más que un obstáculo; el vigilante noc-
turno,
—Y que es un obstáculo insuperable—observó
Bardel. ,
¿Sonrióse el Hombre Gris. s
—Veréis como es todo lo contrario—dijg. —Re-
sumamos.
—Escucho.
—Quedamos en que durante la noche del vier-
nes al sábado se derrumba la pared.
—SÍ,
—El sábado Juan Colden se hallará con los tra-
bajadores que han de hacer la reparación.
—¿ Y después?
—Venid el sábado á beber un vaso de ginebra á
la Justicia de la Reina, y os probaré que es po-
sible.
--No deseo otra cosa—respondió Bardel;-—si mi
vida basta para hacer triunfar esa causa, podéis
contar con ella.
—No—respondió el Hombre Gris sonriendo;—
tenemos necesidad de contar con amigos en “Bath
square, y ni siquiera os comprometeréis, '
Y se separó del jefe de los carceleros diciendo;