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der, pero que imaginó ocultaba importantes con-
fidencias.
Sólo pudo coger al vuelo una palabra; pero és-
ta fué toda una revelación.
Fué la palabra cuerda.
A Whip le latió con fuerza el corazón.
Desde el momento en que hablaban de cuerda,
era indudable que se trataba de una evasión.
Y si esto era cierto, parecióle indudable que
Bardel debía ser cómplice de ella.
Desde aquel momento no necesitaba saber nada
más, porque su imaginación iba a suplir lo que
faltaba.
Se escurrió a lo largo del muro, se achicó, se
alejó paso a paso primero y después a la carrera,
y aun no había salido Bardel de la casa misterio-
sa,, cuando él llegó a la cárcel.
Abrióle el rastrillo master Pin, y no le hizo
ninguna pregunta.
El portero de rastrillo era el hombre menos cu-
rioso del mundo.
Limitábase a abrir y cerrar la puerta y no se
ocupaba jamás del servicio interior de la cárcel.
Por el camino pensó Whip en lo que podría ha-
cOn:
¿Iría en busca del gobernador de la prisión para
delatarle a Bardel y decirle lo que estaba ha-
ciendo?
Esto fué lo que pensó en un principio; pero en
seguida renunció a semejante proyecto.
La prudencia más elemental le aconsejaba que
si quería perder a Bardel y sucederle en el puesto
de jefe de vigilantes, era necesario que le sorpren-
dieran en el acto de cometer el delito.
Reunióse con Jonatan.
Este se había embozado en su capota y sentán-
dose en una garita destinada a los vigilantes y
y
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