A AAA ARA RO
—Mañana lo llevaré conmigo al barrio de los
irlandeses, á los alrededores de San Gil.
—Bien ¿y qué más? :
—Y allí haré lo posible para hallar á su madre.
—¡Ah!—hizo Bulton.
Respiró Susana más á sus anchas y debía ha-
ber tenido miedo de que Bulton la pegase porque
se abrazó otra vez á éste diciéndole:
—¡Que bueno eres, y cuánto te quiero!
—Supongo que no vamos á dormir los tres en
la misma cama—dijo Bulton.
—No, por cierto. Ahora despertaré al niño ¡po-
brecillo!—contestó Susana. :
Se acercó á la cama y tocó á Rodolfo.
Este no dormía y, tenía además mucho menos
miedo, desde que había visto que Bulton no pa-
recía oponerse á que le acompañasen á donde
estaba su madre.
Abrió los ojos y aparentó que se despertaba.
—Este señor que está aquí—dijo Susana,—es mi
marido y no te hará nada. No le tengas miedo,
hijo mío.
Fijó Rodolfo la mirada de sus rasgados ojos en
el rostro de Bulton.
—En verdad que es muy guapo ese muñeco—ob-
servó el bandido.—¿ Dices que quieres acompañar-
le 4 donde está su madre?
—SÍ, Er
—Pues creo que haríamos mucho mejor conser-
vándolo á nuestro lado. |
Un temblor muy grande agitó el cuerpo del niño.
—No, no—replicó Susana con mucha energía.
—Debe ser un hombre honrado y no seré yo la
que contribuya á que caiga en el lodo en que
estamos encenagados. s
Soltó Bulton una carcajada. OS
—¡Qué virtuosa te has vuelto! Hoy estás des-
conocida—dijo,