Bajó Susana los ojos y no dijo nada.
—Y, sin embargo—añadió el bandido, —este chi-
quillo podría prestarnos servicios muy importan-
tes.
—¡Eso nunca!l—replicó Susana.
Una cólera repentina se apoderó del bandido.
—¡Ah! ¡intentas resistirte!—gritó.
—Si—respondió Susana.
—¡Desgraciada de ti! Y levantó la mano.
—Pégame—dijo Susana,—si es que tienes ese an-
tojo, pero no quiero que ese niño llegue á ser un
hombre como tú.
Echóse á reir Bulton con risa fiera.
—¡Por San Jorge! Creo que se atreve á despre-
ciarme
Lo que pasó entonces fué una cosa inaudita.
En el momento en que el bandido iba á golpear
á Susana, Rodolfo, que se hallaba inmóvil, silen-
cioso y temblando al pie de la cama que abando-
nara obedeciendo á la orden de la irlandesa, se
colocó resueltamente delante de ésta y la defendió
con su cuerpo.
La sangre del león se despertó y el niño sintióse
animado de pronto con el valor del hombre,
Y el valor tendrá siempre una influencia direc-
ta, un prestigio instantáneo sobre las naturalezas
medio salvajes.
Y en presencia de aquel niño que tenía valor,
para mirarle cara á cara, calmóse Bulton en el
acto.
—¡Por San Jorge!—exclamó.—He aquí un atre-
vido compañerito. Eres muy guapo, niño, y te
prometo que no pegaré á Susana, puesto que tú
quieres defenderla.
Al mismo tiempo que esto decía, quiso dar un
beso 4 Rodolfo que se echó hacia atrás.
—¡Es muy orgulloso! ¡Está bien! Me gusta—
dijo Bulton echándose á reir, :
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