É
'
É
|
219
guiéndole vigilantes y soldados llegó al pie de la
pared.
Al acercarse á aquel sitio, fueron en aumento
los gemidos.
Bajando la linterna, vió el gobernador á un hom-
bre que se retorcía en el suelo y que parecía era
presa de horrorosos sufrimientos.
—Le conozco—dijo un vigilante,—es uno de los
albañiles que estaban trabajando en la pared que
se derrumbó.
Era, en efecto, Juan Colden, que al volver en si
después de un prolongado desmayo y reanimado
sin duda por el frío de la noche y sufriendo mu-
cho, pedía auxilio.
—¿ Quién sois?—le preguntó el gobernador in-
clinándose para hablarle.
Oyóse una exclamación de horror lanzada por
uno de los vigilantes.
A diez pasos de Juan Colden, se encontraba el
cadáver de Whip.
Durante un momento figuróse el gobernador ha-
ber descubierto las huellas de la verdad.
En su concepto Whip, vendido á personas extra-
ñas al establecimiento penitenciario, había narco-
tizado sucesivamente á Bardel y á Jonatan para
favorecer la evasión de 'uun preso.
Pero encontraban á Whip con una puñalada en
el corazón y muerto.
Además su rostro amoratado, su lengua que le
colgaba fuera de la boca, su corbata fuertemente
apretada alrededor del cuello y su desgarrado uni-
forme, constituían otras tantas pruebas de que de-
bía haber sostenido 'uuna lucha.
¿Habría perecido Whip víctima de su deber?
No era un traidor, sino un mártir.
Juan Colden, que había perdido mucha sangre,
no se hallaba naturalmente en estado de poder
e
2