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ría del gatillo de la pistola, que está bien sujeta,
y haría que se disparase,
Como puedes suponer, esa cuerda está floja, y
comprenderás fácilmente que es preciso que esa
puerta se abra á medias para que se estire y
haga su efecto sobre la pistola, porque de no ser
así, la bala, al salir demasiado deprisa, encontra-
ría la puerta y no el cuerpo del ladrón.
—Voy comprendiendo.
—Mi mano encuentra la cuerda, y como está
provista de un par de tijeras, la corto.
—¡Ah! ¡Ahora ya lo veo claro!
—Pero—siguió diciendo Bulton—como yo ten-
go la mano demasiado grande, no sirve, y se ne-
cesita la manita de un niño, la de ese pequeño,
por ejemplo, que pueda...
—Oye, si me juras que una vez llevado á cabo
el. robo devolveremos el niño á su madre, no me:
opondré á tu proyecto—dijo Susana.
—Te lo prometo.
—Pero será lo más pronto posible—dijo Susa-
na,—que al volver por la noche á su casa el se-
ñor Elgin, el sábado por la noche, no vuelva á
salir más.
—Al contrario. En cuanto cierra la caja, pre-
para la pistola, toma todas las precauciones ne-
cesarias, y se va á pasar la noche á los sitios
más frecuentados de Londres; unas veces á las
galerías de la Alhambra, otras á Leicester square
y algunas á Argill Rooms 6 bien al teatro del
Lyceum. De manera que lo que á nosotros nos
convendría sería dar el golpe mañana sábado en-
tre ocho y nueve.
-—¿ Y qué haremos del niño hasta esa hora?
—Yo me encargo de hacerle esperar—dijo Buw>
ton.
—¿Le pegarás?—preguntó Susana con voz tem-
blorosa. SO