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—|Tres mil libras! — exclamó Tomás Elgin. —
Sabe, vuestro honor, que semejante suma...
—No la tenéis en vuestro poder...
—No, porque tengo depositado el dinero en el
Banco y éste no se abre hasta el lunes.
—Pues por esa razón os la traigo—replicó son-
riendo el desconocido,
Y desabrochándose el levitón negro, sacó del
bolsillo una cartera y de ésta un fajo de billetes
de Banco que echó sobre la mesa, diciendo, á To-
más Elgin:
—Contadlos, l
Hízolo así el usurero y después se lo guardó á
su vez en el bolsillo,
—Esto es todo lo que tenía que deciros por el
momento, señor Tomás Elgin—dijo el desconocido.
—Soy el más humilde de los servidores de vues-
tro honor—contestó el usurero que acompañó al
desconocido con servil cortesía,
—En verdad—se dijo Tomás Elgin cuando que-
dó solo—que jamás tuve cinco mil libras esterli-
nas en mi casa de Kilburn square y que esta
noche será preciso tomar algunas precauciones.
Y, tomando un coche, se dirigió á su casa á la
que llegó á eso de las diez,
La descripción que hiciera Bulton á Susana de
la habitación en que tenía la caja el usurero, era
rigurosamente exacta,
La puerta tenía un ventanillo por el cual, antes
de abrir, enterábase Tomás Elgin de quién era
la persona que llamaba.
El usurero, que acostumbraba á estar solo du-
rante toda la semana, pasaba el domingo en su
casa obligando á su asistenta á que permaneciese
también allí para acompañar y recibir á las per-
sonas que iban á verle,
Entró en su casa, se encerró en su despacho y,