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abriendo la caja guardó en ésta las dos mil libras
que retirara del Banco y las tres mil que le en-
tregara el personaje vestido de negro.
—Hay que preverlo todo—se dijo al terminar.
La pistola, colocada junto á la pared sobre una
madera, y de que hablara Bulton, existía real-
mente,
El mecanismo era de una sencillez formidable.
Lo que formaba por decirlo así, como la cureña,
era un pedazo de madera clavado en una ancha
rodaja de plomo.
La pistola, que era de dos cañones, estaba colo-
cada sobre el pedazo de madera, frente á la puer-
ta y un bramante atado al gatillo pasaba por un
anillo clavado en la pared, para irse á atar á la
puerta debajo del ventanillo.
Al abrirse la puerta hacía que se pusiese tirante
la cuerda que, al estirarse disparaba la pistola que
debía matar al ladrón.
dulton estudió y comprendió perfectamente '
aquel mecanismo, que había tenido ocasión de ob-
servar introduciéndose un día en el jardín de la
casa con el uniforme de uno de los jardineros de
la plaza, y mirando por la ventana del despa-
cho que estaba resguardada por enormes barrotes
de hierro.
Al bandido, en el primer momento, se le ocurrió
la idea de vencer la dificultad, limando uno de
los barrotes de hierro; pero calculó que seme-
jante trabajo, en el que podían sorprenderle, de-
bía durar siete ú ocho horas y entonces se pensó
que podría utilizar las manitas de Rodolfo, y esto
le pareció mejor.
Sólo que Bulton, que imaginaba saberlo todo,
no sabía nada,
Tomás Elgin tenía, además de esto, un lujo de
precauciones para las circunstancias extraordina-
rias,