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" "A esto se debió el que el cochero, que no ha-
bía visto entrar á Tomás Elgin en la casa, no se
hubiese recobrado de su sorpresa cuando apare-
ció Bulton.
Puede decirse que éste atravesó de un salto el
jardín, y en seguida abrió la portezuela del co-
che, diciendo al cochero:
—Un marido celoso... hombre herido... sal á es-
cape, y hay dos coronas para ti si vas deprisa.
No pidió el cochero más explicaciones, restra-
1ó el látigo y el carruaje arrancó,
La flema británica no es una exageración.
La espantosa detonación del trabuco despertó
á aquel tranquilo barrio de modestos rentistas y
honrados comerciantes de la City que practica-
ban, desde el sábado el piadoso aislamiento del
domingo,
Fuéronse abriendo lentamente algunas ventanas,
y con más lentitud aun las puertas, y al cabo se
presentaron dos policemans; pero, cuando esto su-
cedió, hacía bastante tiempo que el carruaje en
que se alejaban Bulton y Susana había desapa-
recido entre la niebla.
Engolosinado con la oferta de las dos coronas,
el cochero no daba paz á la mano, y hacía que
el caballo llevase una carrera desenfrenada.
Presa de una gran desesperación, llamaba Bul-
ton á Susana y la colmaba de caricias.
Habíase desmayado la joven, y su amante la
creía muerta,
—¡Ah! ¡Qué desgracia más grande! He sido cau-
sa de la muerte del único sér al que quería en el
mundo.
El carruaje bajó hasta Kinsington garden, pasó
por Hyde Park y entró en Oxford, todo esto en
menos de media hora.
Como hombre inteligente, el cochero dió mu-
chos rodeos por las calles transversales, seguro