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y en parte tenía razón, porque yo fuí la causa de
que entrara en casa de mistress Fanoche; pero
dentro de poco la devolveré su hijo y es seguro
que me abrazará; esto sin contar, con que el Hom-
bre Gris, que me trató de imbécil, sin ir más le-
jos anteayer, me devolverá toda su confianza.
—/¿ Y qué es lo que me quiere mi hermana Su-
sana ?—preguntó Juan Colden cuando ya entraban
en Brook street.
—Lo siento mucho, pero no habrá más reme-
dio sino decírselo todo—pensó Craven.
Y cogiendo del brazo al irlandés, le dijo:
—¿La ves con mucha frecuencia á tu hermana?
—No la veo nunca. Se fué por mal camino, y
el hijo de mi padre no come pan que no se gane
honradamente. Desde el día en que Susana se puso
trajes de seda, dejó de ser mi hermana, y si ac-
cedí á seguirte, fué porque me dijiste que había
encontrado á un niño que creo que es precisa-
mente el que andamos buscando.
—¿Sabes por ventura que tu hermana vive con
un tal Bulton?—preguntó Craven bajando la voz.
—¡Con un ladrón!—exclamó con desprecio Juan
Colden.
—Sea—dijo Craven.
—¿ Y qué es lo que hay?
—Pues que les pasó una desgracia.
Conmovióse Juan. Colden.
—Tanto ella como Bulton quisieron dar un gol-
pe, no sé cuál fué, y la cosa les salió mal.
—De manera que...
—Susana está herida.
—¡Herida!—repitió Juan Colden, olvidando en
aquel momento todos los agravios y la vergon-
zosa vida de Susana para no acordarse más que
de una cosa: de que era su hermana.
Y subió á saltos la escalera tortuosa y sombría
por_la que le precedía Craven.
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