aquí?—preguntó fijando en Rodolfo una mirada
iracunda y terrible.
Cruzó el pobre niño las manos, se puso de rodi-
llas, y juró que no era ladrón.
Ordenóle el magistrado que repitiese la decla-
ración, y de ésta tomó nota el secretario.
Al declarar, pronunció Rodolfo por segunda vez
el nombre de Susana y de Bulton,
Habló de su madre, á la que buscaba, de la
señora que le había tenido encerrado y le pega-
ba: contó, en fin, su historia con notable lucidez.
Escuchóla el magistrado encogiéndose de hom-
bros.
Tomás Elgin vociferaba por su parte, diciendo
que todo aquello era un cuento, y que los la-
drones dan pruebas de una precocidad y de una
inteligencia maravillosas.
El magistrado mister Booth, sacó el reloj y dijo:
—Falta muy poco para que den las diez de
la noche. Mañana domingo, día de descanso, no
hay audiencia. Llevad á ese niño al calabozo, y
el lunes lo presentaréis en la audiencia de la ma-
ñana.
En vano rogó y suplicó Rodolfo, pues los agen-
tes le cogieron del brazo, empujándole rudamen-
te y haciéndole pasar delante de ellos hasta lle-
gar á una puertecilla que se encontraba en el
fondo del pretorio.
La puerta daba acceso á 'una escalera, al pie de
la cual se hallaba tun calabozo en el que ence-
rraban hasta nueva orden á los presuntos acu-
sados.
-—Ruego al magistrado que tenga presente que
ese niño está herido—observó el médico que ha-
bía acompañado á Rodolfo,—y que, por tanto, ne-
cesila ciertos cuidados.
—¡Bah! ¡Bah !—respondió el magistrado.-—Dema-
siado pronto se curará para ir al molino,