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lejos el Hombre Gris, que, al pásar, había tenido *'
la impertinencia de saludarla.
—¡Patricio! ¡Ven! ¿Ves á ese jinete ?—preguntó
lady Elena pálida y estremecida de cólera,
—Sí, milady.
—Vas á seguirle, Inclinóse el lacayo.
—Le seguirás noche y día si es preciso, y si es
necesario, mo volverás á casa hasta que hayas
averiguado su nombre y domicilio.
—Así lo haré, milady.
Y el anciano criado volvió riendas, y empezó
á trotar en seguimiento del Hombre Gris.
Este se volvió á medias en la silla.
—No sé por qué—pensó,—se me figura que adi-
vino la orden que acaban de darte, pero sé tam-
bién, amigo mío, que no la podrás cumplir,
Espoleó á su caballo que alargó el trote,
A la vez que esto hacía llamó 4 su lacayo, que
fué á colocar su jaca de caza al lado del de pura
sangre.
Desabrochóse el Hombre Gris el frac, y sacó
del bolsillo de la izquierda una diminuta cartera
de la que arrancó una hoja, y pasando las rien-
das por el brazo, escribió, apoyándose en la ro-
dilla, las líneas siguientes:
«Según parece, deseáis, lady Elena, saber quién
»soy yo, de dónde” vengo y á dónde voy. Tendrá
»el honor de decíroslo personalmente la noche
>próxima, vuestro humilde servidor,
»ELn Drscoxocipo».
Dobló Juego la hoja de papel, y la entregó á su
lacayito diciéndole:
—Pon el caballo al galope, alcanza á esa lady á
la que hemos encontrado, y entrégale este billete
—¿Y en dónde me reuniré con vuestro honor ?—
preguntó el lacayito,
—En ninguna parte. Darás' un buen rodeo, y
después te dirigirás 4 casa,
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