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El Hombre Gris dejó cinco billetes de cinco
libras sobre la chimenea, dió con mucha efusión
las gracias*al usurero y se marchó llevándose
la carta de recomendación de éste,
Al llegar á la puerta de la calle encontró á la
criada que sostenía 'un diálogo muy animado con
un hombre de aspecto miserable que manifesta-
ba gran empeño en hablar con el señor Tomás
Elgin.
-—Tengo que hablar de un negocio—decía.
—El señor Tomás Elgin está enfermo.
—Decidle que soy un extranjero que acaba de
llegar de América.
Al oír estas palabras, que le hicieron estremecer,
miró el Hombre Gris al recién llegado con mucha
atención.
—¿ Habláis el francés?—le preguntó.
—Sí—dijo el americano.
El Hombre Gris hizo un signo misterioso y rá-
pido.
Un signo que hizo retroceder un paso al ameri-
sano que respondió con otro.
—Está bien—dijo el Hombre Gris.—Sois uno de
los que andamos buscando y yo soy uno de aque-
los á quienes venís á buscar. No insistáis más
para entrar en esta casa; seguidme á cierta dis-
tancia.
Y el Hombre Gris, que con pocas palabras ha-
bía echado por tierra una de las combinaciones
maquiavélicas en la que tomara parte el usurero,
atravesó otra vez el jardinito y fuese en busca de
su caballo que el anciano librero tenía respetuo-
samente del diestro.
VII
A los pocos minutos de ocurrido esto, levanta-
ba el Hombre Gris el pesado aldabón de la puerta
del tribunal de policía.
pia