11 = :
rio, creyo que se hallaba en el deber de dis-
traerle.
— ¿Sabéis quiénes son esas señoras?—le pre-
guntó.
—No.
—Pues son ladyes, damas pertenecientes á la.
alta sociedad.
—¡Ah!—hizo distraídamente sir Harris
Se había apartado á un lado, y desde allí no
veía el cadáver. ?
Sir Roberto continuó:
—Lo mismo en Londres que en las capitales
más importantes del Reino Unido, existe una aso-
ciación muy respetable que se llama de «Señoras
protectoras de las cárceles.»
—Estas señoras proceden—siguió diciendo sir Ro-
berto,—en su mayor parte de la clase más kle-
vada de la sociedad; visitan á los presos, cuidan
Y socorren á sus familias y velan á los ajusticia-
dos. A
Siempre que se verifica alguna ejecución, esas
Señoras se presentan la víspera en número de
dos, y algunas veces de tres.
Tienen derecho de visitar al condenado, de per-
Manecer encerradas á solas con él y de recibir
los encargos que pueda aquél querer para su fa-
Milia. :
—j¡Ah! ¿Y las dejan penetrar en el calabozo ?—
preguntó sir Harris. :
—Sin ningún inconveniente; tanto más cuanto
que el condenado no se halla en estado de po-
derse servir de sus manos, y esas señoras no tie-
nen nada que temer. :
Y el voluble gobernador continuó:
—Cubren su rostro con un velo tan espeso que
no es posible reconocerlas. En cuanto se verifica
a ejecución, si es que los médicos renuncian á
hacer la autopsia del cadáver, traen éste aquí y
/
AAA