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tal concediendo diferentes privilegios á los edu-
candos que en él ingresasen, impuso á estos la
Obligación de velar los cadáveres de los ajusticia-
dos hasta la hora de su funeral, y lo hizo para
honrar la memoria de la regia víctima.
Cuando se verifica una ejecución, eligen al más
antiguo de los educandos, y le dan de compa-
fiero al más moderno, y los dos vienen aquí para
Pasar algunas horas al lado del cadáver del ajus-
ticiado. :
Como al parecer el médico no conocía de una
Manera perfecta el inglés, sir Harris, que había
Conseguido reponerse un poco de su emoción, se
lImpuyso como un deber el traducirle al pie de la
letra la conversación sostenida con sir Roberto.
Pasaron luego otra vez por delante del calabozo.
—Vísteis ha poco un ajusticiado; pues bien, aho-
ra voy á enseñaros á un condenado.
—¡Ah! ¿Hay otro?—preguntó sir Harris,
SÍ.
—¿Desde cuándo está condenado?
—Desde ayer.
—¿Cómo se llama?
—Bulton.
—¿Qué es lo que ha hecho?
Es el mismo que quiso asesinar al señor Fomás
Elgin, un banquero que vive en Kilburn-Square.
Al oir esto, sonrióse con marcado desdén sir
Harris.
—¡Ah! ¡Un banquero! — dijo, — Sois demasiado
meticuloso: podríais decir un usurero.
El subgobernador descorrió los cerrojos de la
Segunda puerta que daba al corredor.
Al hacerlo llegaron á oídos de los visitantes unos
rugidos que no tenían nada de humanos.
En la cama de campaña de la celda estaba ten-
dido Bulton, el coloso de rostro de expresión dura,
Jaula de los pájaros—8