Ya no les quedaba nada que ver, en Newgale
como no fuese una cosa: las mascarillas en yeso
de los últimos ajusticiados.
Estas mascarillas estaban colocadas sobre un
estante á la entrada de la oficina.
Con la misma amable. complacencia se prestó
sir Roberto á aquella otra exhibición.
Dióle las gracias sir Harris con mucha efusión
y el médico francés hizo lo mismo, dándole ade-
más su tarjeta.
El amable subgobernador AcUmpRt6 á los vi-
sitantes hasta la puerta principal.
En el momento en que se despedía de ellos,
llamaron.
Abrió el portero de rastrillo, y sir Harris y su
acompañante encontráronse cara á cara con un
_joven vestido de negro de pies á cabeza.
Era un sacerdote católico, el mismo que había
asistido por la mañana á Olivier cuando éste su-
bió al patíbulo, y que, á la sazón, iba á rezar
sobre su tumba las últimas preces.
El sacerdote, como se habrá adivinado, era el
abate Samuel.
e y. el francés cambiaron una mirada fur-
Va.