—De eso me encargo yo—respondió el primero.
—Y yo también—dijo el Dandy.—¿Es preciso
que ahora nos separemos ?
—Si—respondió el Hombre Gris, —y mañana por,
la mañana—añadió encarándose con el Dandy,—
te irás á San Gil. z
—Así lo haré.
—Irás en derechura á la sacristía y dirás que
quieres hablar con el abate Samuel.
—¿ Y le diré? :
—«Todo va bien y el niño está en salvo.»
Marcháronse el Pájaro Azul y el Dandy lleván-
dose á Susana.
El Hombre Gris cogió á Juana de la mano y la
hizo entrar en el cémenterio cuya verja estaba
abierta. : :
—Aquí estamos en seguridad—dijo,—porque no
hay en toda Inglaterra un agente de policía que
se atreviese á prender á nadie dentro de un cemen-.
terio por muy criminal que fuese.
Siguiendo su camino á través de las tumbas,
cuyas piedras blancas se recortaban sobre el fon-
do obscuro de la niebla, dieron la vuelta á la
iglesia, y penetraron en el coro.
: En éste había una puertecita en la que el Hom-
A bre Gris dió tres golpes. :
o La puerta se abrió casi en el acto. 5
(e Yun rayo de luz iluminó de lleno los rostros
y de la irlandesa y de su hijo.
En el dintel de la puerta se hallaba en pie jun
hombre que tenía una linterna en la mano.
El Hombre Gris le dijo:
—Es á nosotros á quien estáis esperando.
—¿Quién os envía?—preguntó el de la linterna.
—Aquel á quien todos obedecemos hasta el día
en que el jefe supremo llegue á ser, hombre—res-
pondió. el salvador de Rodolfo.
«"Pasad—diio el de la linternas