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Ocho días se hallaría él en el mismo sitio que
Bulton.
Esta idea le hizo estremecer, y sintió que por su
frente se deslizaban unas gotas de sudor trío.
; Cuando terminó el oficio, Bulton pasó por su
ado.
—Buenos días, hermano—dijo.
—¡Que Dios te guarde!—respondió Golden.
Bulton, que hacía muchos años que vivía con
Susana, había aprendido al cabo el dialecto de las
costas: de Irlanda.
—¿ Tienes noticias de Susana?—le preguntó Bul-
ton empleándolo. :
—SÍ, -
—¿Estará en la cárcel”
—No, está libre.
—¡Libre! ,
—Sí, el Hombre Gris fué quien la salvó.
Bulton hizo por recordar.
- —¡Ah!—dijo al cabo de un momento.—¿ Aquel
hombre que buscaba con tanto empeño á Rodolfo ?
—SÍ.
—Le vi y le reconocí en seguida. Estuvo aquí
—¿ Cuándo?
—Ayer.
—¡Ah! z ;
—Y no sé lo que venía á hacer; puede que Tueso
por ti. : :
¡Pobre Susana mía!—continuó.—Si pudiese ver-
la siquiera una vez, creo que moriría más resignado.
Acercáronse en esto los vigilantes é hicieron que
Bulton siguiese andando, separándole así de Juan
Colden.
Este volvió 4 su celda, en la que pasó muchos
días y muchas noches.
No le visitaba nadie, ni llegaba hasta él ningún
ruido del exterior,